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domingo, 29 de diciembre de 2019

¡O salimos del modelo o lo profundizan!


¡O salimos del modelo  o lo profundizan!
Por Darío Balvidares*
Las buenas intenciones son siempre el reflejo de las palabras de todo funcionario político que no va a comprometerse más que en una cuestión estructural.  En el caso que nos ocupa, la educación con su  impronta marcada por el proceso reformista neoliberal  del cual no parece haber señales que indiquen que el nuevo gobierno busca un rumbo de salida.  
El flamante Ministro de Educación de la Nación, Nicolás Trotta, ha hablado con diferentes medios tratando de describir las tareas que tiene por delante su cartera y dio una apreciación del estado de la educación hoy y la “degradación de la escuela”. Sobre eso dijo: “No somos la consecuencia de cuatro años de Macri, somos el resultado de los últimos cuarenta años"[1] en los que habría que mencionar que la escuela no entra en crisis autista; la escuela es puesta en crisis porque no podemos obviar el proceso de reforma que comienza de manera estructural durante la dictadura genocida con el traspaso de las escuelas primarias a las provincias y luego durante el gobierno menemista de los ’90 del siglo pasado con el resto de los niveles del sistema (secundarios y terciarios) sumados también los cambios de estructura de los niveles que propuso para la educación general básica y la orientada y respecto de los cambios en la estructura de los terciarios, cuestión que no fue modificada posteriormente y el sistema se fue fragmentando cada vez más.
La conclusión es que durante el proceso de desposesión que fue sufriendo la educación pública, se sobredimensionaban las bondades de la educación privada que iba tomando cada vez mayor territorio, incluso con una serie de cambios estratégicos en la propia concepción de educación que desde los comienzos de la reforma intenta borrar los límites terminológicos y se impone que toda la educación es pública, lo que varía es la gestión.
Otra de las falacias, puesto que esa terminología y formato de concepción solo puede tener validez en tanto la educación se conciba como un servicio (como el transporte público que es de capitales privados), pero no cuando la pensamos como un derecho, de manera que no podemos seguir con concepciones que ponen en un pie de igualdad y otorgan la misma responsabilidad al Estado que al privado y mucho menos en cuestiones educativas, porque la consecuencia es la mayor fragmentación social que se produce por la competencia, que es justamente uno de los objetivos de la reforma: el gran mercado educativo. De ahí la insistencia con las evaluaciones.
Así que para transformar la educación también hay que romper  el continuismo y naturalización de la  concepción hegemónica, incluso en el territorio discursivo, impuesto y naturalizado por el neoliberalismo (versión actual del capitalismo).  Justamente el proyecto social es lo que se obtura y flagela en función de la meritocracia y el proyecto individualista.
Pero estas discusiones no aparecen en el seno del debate por la educación que queremos, que si bien es verosímil que puede funcionar como catalizador de las desigualdades, en la realidad está funcionando también como velo de las desigualdades culturales de origen. No hay igualdad si los niñez y adolescentes cuando salen de la escuela vuelven al margen, eso no es inclusión.
El propio Pierre Bourdieu escribía al respecto: “Para los individuos provenientes de sectores más desfavorecidos, la educación sigue siendo el único camino de acceso a la cultura y esto en todos los niveles de la enseñanza. Podría ser entonces la vía regia de la democratización de la cultura si no se dedicara a consagrar – por simple trámite de ignorarlas – las desigualdades iniciales ante la cultura…[2]
¿Cuál es la educación que queremos?
¿Una educación que esté solo relacionada con la producción de “trabajadores”? leitmotiv de la “educación del siglo XXI”.
Y por supuesto que el nuevo ministro apuesta a esa relación, educación – trabajo; que también oculta una porción muy importante de sesgo ideológico que en realidad se debería manifestar como educación – capital – trabajo – explotación. Y es muy, pero muy probable que esta descripción incomode, pero cuando el ministro afirma: “El modelo industrial que la Argentina necesita precisa de trabajadores formados para ese desafío que implica la apuesta por una educación transformadora. Estoy convencido de que este ejemplo que vemos hoy aquí de la ETRR nos debe mostrar la importancia de la alianza de trabajo entre el sector público y el sector privado[3], en el marco en que el ceo de Techint, Paolo Rocca, presenció la primera graduación de la Escuela Técnica Roberto Rocca fundada en 2013 por la empresa Tenaris.
Por supuesto que el empresario cargó contra la escuela pública y sus docentes en la misma sintonía que lo vienen haciendo el mundo privado y la gran mayoría de los funcionarios que hemos tenido en los últimos 30 años. Pero nada dicen sobre el desfinanciamiento del sistema público  y el redireccionamiento de dineros públicos a convenios con fundaciones y ong corporativas o universidades privadas.
Es natural que el ceo hable en relación con sus intereses, pero el ministro…
La transformación educativa no se va a dar en la comunión antropofágica de lo privado con lo público, sobrados fueron estos 4 años para no insistir con el mismo camino.
O no hablemos más de derecho a la educación porque la han reducido a un servicio subsidiario de los intereses corporativos y empresariales.
Y la tarea es sacarla de ese lugar cenicientesco.
La educación pública no puede estar al servicio de los requerimientos de la optimización de ganancias, generando sujetos obedientes y flexibles.
Ese es el paradigma que hay que desterrar, el paradigma de la sujeción la pedagógica, de la obediencia.
No se trata de adiestramiento en matemática, comprensión lectora y en ciencias básicas como pide el modelo colonial de PISA; se trata de la construcción de una currícula que forme en una mirada crítica, que ponga en valor (como les gusta decir a los funcionarios) la historia; la antropología;  la sociología; la economía política y social; la ecología y el territorio; las ciencias y la tecnología; el arte; las cosmovisiones de los Pueblos Originarios y tantas temáticas que van quedando truncas por el establecimiento de “consensos”, como la Educación Sexual Integral (ESI) y todos los impedimentos para su aplicación.
Los que van a seguir existiendo si realmente no se define a la educación como pública donde toda la inversión se haga en la construcción de nuevos jardines, no de “contenedores”, pero por sobretodo romper todo lo relacionado con la tercerización de las políticas públicas en entidades privadas que terminan definiendo el destino de miles o millones.
Uno de los grandes problemas a la hora de pensar en otro modelo educativo es que aquellos que llevamos a la práctica la educación escolar, no pensamos las políticas y ocurre la paradoja que donde se piensan las políticas, somos pensados como el objeto que las ya a ejecutar  (mediador) y como correlato todo el tema de la “falta” de capacitación de los docentes y bla… bla… bla…
Incluso, degradan a los docentes, personajes que sólo pisaron un aula como alumnos, pero regentean ONG que se dedican a hacer dinero con el Estado a partir de convenios para capacitación, por ejemplo la fundación Varkey o “Enseña por Argentina”, para no abundar, y por supuesto a imponer un modelo de pensamiento, como lo hace la ONG Junior Achievement.
Los consensos se tienen que hacer con los Educadores en un Congreso Pedagógico, que permita debatir la educación que queremos, no con la Corporación empresarial, el Episcopado o los Agroindustriales (fumigadores de Pueblos), esos son los consensos que hay que romper, si realmente queremos una educación para la emancipación y la libertad para poder transformar este sistema de hambre, degradación, precarización y contaminación en un modelo vivible, respirable, con prácticas sociales que sean la transición a la noble igualdad.
Está todo por hacerse, pero hay que seguir diciéndolo, escribiéndolo, llamando la atención,  es tarea de la pedagogía y la práctica crítica.
De lo contrario, seguiremos asistiendo a la profundización del modelo reformista/colonial de la educación, pero con discurso progresista.

*Profesor y Licenciado en Letras (FFyL-UBA). Fue docente durante 30 años y Rector de la Escuela de Comercio 3, Hipólito Vieytes (CABA).
Como investigador es autor de “La educación en la era corporativa, la trama de la desposesión”. Herramienta Ediciones y Contrahegeminía Web (2019) CABA. Con prólogo de Alfredo Grande y Andrea Arrigoni. Y del ensayo “La novela educativa o el relato de la alienación  Redes Cultura (2005) CABA. Con prólogo de Osvaldo Bayer.
Además de otros tantos trabajos y artículos publicados en Contrahegemonía Web; Rebelion.org y Otras Voces en Educación. Es Productor periodístico y columnista del programa radial “La Deuda Eterna” que se emite por radio La Retaguardia.

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