El paradigma de la educación ha variado de manera estratégica, el mercado ha tomado el control permeabilizado por las reformas surgidas desde los propios organismos internacionales como diseñadores y planificadores de la ingeniería del conocimiento para afrontar las “necesidades del siglo XXI”.
Breve marco reformista
Desde los últimos 15 años del siglo pasado y más precisamente desde los 90 se nos habla del “mundo cambiante”, de “un mundo más complejo” y sobre todo de las habilidades que se deben desarrollar para enfrentar los desafíos que se imponen en la nueva trama secular.
Esas casi infantiles consignas funcionaron como amenaza para instalar el cambio de paradigma educativo. De la educación en la socialización de saberes para el desarrollo de la inteligencia a la instrucción por competencias en habilidades que demanda el mercado.
Y entonces, la educación cobró tal importancia que de la noche a la mañana pasó a ser “responsable” del crecimiento económico y la escuela, del “fracaso escolar” (fracaso social no asumido por los gobiernos) y el sistema educativo entró en los patrones de la eficacia y la eficiencia y la vida en la escuela se hizo, extrañamente, cuantificable y las pruebas PISA de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) sacralizaron sus rankings y establecieron dudosos estándares mensurables para la adecuación de las políticas a los lineamientos internacionales y a los créditos (endeudamiento).
Así fue que el Banco Mundial y el BID otorgaron y siguen otorgando créditos para la concreción de la reforma educativa que incluye el proceso de (endo)privatización en crecimiento constante, junto a las “recomendaciones” de la propia OCDE como guía del proceso y a la UNESCO como faro intelectual que abre los caminos a las autopercibidas organizaciones de la sociedad civil (ong y fundaciones), que por lo general responden a intereses privados de las corporaciones empresariales.
Pero en los últimos tiempos y en asociación, o no, con algunas de estas ong, el mundo empresarial se hizo visible, al principio eran donantes de esas organizaciones que establecían (y establecen) convenios con los ministerios de educación, pero postpandemia incursionaron en lo que es, sin lugar a dudas, el mercado de la educación, un perfecto campo experimental de ingeniería social, puesto que el objetivo principal del nuevo paradigma es lograr la performatividad económica de lxs estudiantes y la paulatina sustitución de diversas actividades docentes por la Inteligencia Artificial (IA).
Ya hemos escrito en otros tantos artículos sobre la incursión de las EdTech (empresas de tecnologías de la educación) donde las llamadas GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft) actúan con escasas o nulas regulaciones y cuyos ceos están entre las 10 personas más ricas del mundo según Forbes, aunque aparezcan en aparente competencia, son socios en múltiples “emprendimientos”, abonando la era del capitalismo de plataformas o más genérico, el capitalismo digital.
Aunque no son sólo las EdTech, también ingresaron al mercado educativo empresas de servicios, banca privada, etc. para cumplir el edificante rol pedagógico de las experiencias estudiantiles en el “mundo del trabajo”, a manera de pasantías (que en la Ciudad de Buenos Aires estuvieron muy lejos de tener carácter pedagógico).
Habilidades para el futuro
En este cambio de paradigma, también se incorporan las llamadas habilidades para el futuro, la educación financiera y el bienestar socioemocional, conceptualizaciones emparentadas con la “bancarización” de la vida y la “estabilidad emocional” tan predicada en el universo empresarial.
La inclusión de la educación financiera es otra de las “recomendaciones” de la OCDE, para asegurar la bancarización presente y futura. En uno de sus documentos sobre el tema prescribe lo siguiente: “Tener en cuenta la importancia de las habilidades de alfabetización financiera para las generaciones actuales y futuras de jóvenes para ayudarlos a enfrentar los desafíos financieros contemporáneos. A este respecto, los Adherentes (países) deberían: a) Tomar medidas para desarrollar la alfabetización financiera desde la edad más temprana posible; b) Desarrollar contenido de alfabetización financiera para jóvenes basado en evidencia existente; c) Proporcionar orientación sobre el desarrollo de una formación adecuada sobre temas relevantes y resultados de aprendizaje deseados, en función de la edad del alumno”.
En función de esas recomendaciones es que se pone en marcha el adiestramiento en el segmento financiero, enmascarado como “educación”, sin embrago se trata de un instructivo que nos invita a la “planificación financiera”; “el manejo responsable del dinero”, “autonomía y responsabilidad” (que incluye ‘confianza’, ‘autoestima’, ‘resiliencia’, ‘toma de decisiones’) y, seguramente, el adiestramiento en el manejo y administración de las criptomonedas; es por eso que el ministerio de educación de la Ciudad de Buenos Aires firmó un convenio con la Fundación ETH Kipu, como lo explicamos en Plan Estratégico BA Aprende o el proyecto desposesión.
No vamos a analizar cada uno de estas propuestas, más cercanas a la publicidad bancaria que a la pedagogía, pero sí poner el foco en que se trata, siempre, de cuestiones individuales, quiero decir que forman parte de la concepción individualista del “buen inversor”, que es netamente un conocimiento instrumental para el entrenamiento en la dinámica del mercado. ¡Performatividad económica de lxs estudiantes!
A pesar de la crítica a la función instrumental que propone la OCDE sobre la educación financiera y algunos de los gobiernos latinoamericanos y del territorio nacional, como vimos el de Ciudad de Buenos Aires y, también, en Provincia de Buenos Aires, el curso de educación financiera dirigido a estudiantes de tercer año de escuelas secundarias bonaerenses que da el Banco Provincia, siguen sus “recomendaciones”, aceptando el lugar colonial que la racionalidad del poder le adjudica; tal vez podamos encontrar otra propuesta que se adecue más a una acción de aprendizaje fundada en el conocimiento.
Por ejemplo, la economía es una disciplina que está comprendida dentro de las ciencias sociales. En todo caso, tendríamos que preguntarnos como educadores por el marco en el que el conocimiento de la economía sea enseñado desde la perspectiva social para ser incluido en la formación de ciudadanía.
Por eso es importante la escuela, que puede diseñar el enfoque para que sean enseñados los contenidos económicos/financieros que impliquen un recorrido que permita abordar:
Relaciones de poder: Analizar cómo el poder económico se distribuye y se ejerce dentro de la sociedad.
Desigualdades económicas: Estudiar las causas y consecuencias de la desigualdad económica y social.
Brechas del sistema capitalista: Examinar cómo el capitalismo puede generar desigualdades y cómo estas pueden ser abordadas.
Impacto social: Entender cómo las decisiones financieras afectan no solo a individuos sino también a comunidades y sociedades en general.
Enfocar la educación económica/financiera desde una perspectiva pedagógica amplia, que incluya un análisis de las relaciones de poder y las desigualdades, proporciona un contexto significativo para lxs estudiantes. Les permite entender no solo el manejo del dinero, sino también cómo las decisiones financieras individuales se ven influenciadas por factores sociales, políticos y económicos más amplios.
De ahí la importancia que sea una disciplina abordada por lxs docentes y no por los “saberes” pragmáticos de gerentes, consultores o emprendedores que en el mejor de los casos pueden narrar sus experiencias que le servirán a lxs estudiantes como información y a lxs docentes como insumo didáctico.
En cuanto a la otra habilidad para el futuro, aparece el bienestar emocional, clasificada por la OCDE dentro de las “habilidades blandas”: “habilidades de desempeño de tareas (persistencia, responsabilidad, autocontrol y motivación de logro); habilidades de regulación emocional (resistencia al estrés, control emocional y optimismo); habilidades de interacción con otros (asertividad, sociabilidad y energía); habilidades de mentalidad abierta (curiosidad, creatividad y tolerancia); y habilidades de colaboración (empatía y confianza)”.
La Ciudad de Buenos Aires, adoptó las “recomendaciones” de la OCDE sobre estas, muy poco ingenuas “habilidades blandas” y la “autorregulación” y el “autoconocimiento”, más parecido a un trabajo de meditación que a la intensa actividad que implica el espacio escolar con todas sus complejidades y sus propias dinámicas como un espacio vital de convivencia, pero al mismo tiempo albergando realidades diversas.
¿Qué significa autogestionar las emociones?
Porque ese concepto entra dentro del combo definido como Un “hombre sin atributos” (Del Rey, 2011), donde la caracterización de la educación por competencias, deconstruye un sujeto adaptable y flexible, para lograrlo hay que “saber ser” y “saber estar”, de esta manera el ahora estudiante se va formateando para “toda la vida” y aprende a “realizarse” como un buen insumo del conglomerado que dieron en llamar “capital humano”.
La educación sin atributos basada en competencias y habilidades, relega el cuerpo del conocimiento por considerarlo obsoleto frente a los desafíos de las nuevas tecnologías de la educación a las que deben adaptarse de manera acrítica, no sólo lxs estudiantes sino también lxs docentes, los primeros para lograr los estándares que el mercado, hoy, necesita; los segundos, para transformarse en facilitadores de la mano de la IA pero manteniendo la “armonía” del ecosistema escolar.
Imagen destacada: Centro Integral de Psicología
Publicado en Tramas 19/11/2024